miércoles, 19 de septiembre de 2007

Crecimiento con desigualdad

La economía chilena ha sido muy exitosa en los últimos 20 años. El PIB ha aumentado entre 6 y 7% anual, las exportaciones han crecido notablemente, se ha controlado la inflación, ha habido un enorme avance en materia de infraestructura, se ha más que duplicado el ingreso per cápita y la pobreza se ha reducido de 39% a 14%. Son algunas de las buenas noticias.

Pero también las hay malas: el desempleo se ha mantenido elevado, especialmente entre jóvenes y mujeres; han aumentado la informalidad y la precariedad del empleo; la pobreza relativa y la vulnerabilidad social afectan al menos un cuarto de la población; la distribución del ingreso sigue muy desigual; se han acentuado comportamientos individuales y colectivos antisistémicos (droga, delincuencia, violencia), y cunde una "sensación térmica" y manifestaciones populares de insatisfacción sociopolítica.

Las propuestas frente a esta situación contradictoria son, de una parte, más crecimiento, pero dos décadas de elevado crecimiento demuestran que ello no basta. Por otro lado, se propone más protección social. La exitosa experiencia de estas décadas demuestra que es indispensable, pero su ampliación tiene limitaciones. El inevitable aumento de impuestos más allá de ciertos niveles puede dañar el crecimiento, y el excesivo asistencialismo estatal atenta contra el emprendimiento innovador que es necesario estimular.

El fondo del asunto es la enorme disparidad de productividades entre las empresas de mayor tamaño, las medianas, las pequeñas y los trabajadores por cuenta propia, y los correspondientes desniveles de calidad de vida de los estratos de ingresos altos, medianos y bajos. El caso chileno demuestra que la heterogeneidad productiva y sociocultural se reproduce en el tiempo, no obstante un elevado crecimiento y eficaces políticas sociales.

Es así porque su dinamismo es el de los segmentos insertos en la globalización. Son las actividades exportadoras e importadoras, los sectores sociales vinculados directa e indirectamente a ellas y las regiones en donde éstas se radican. La minería en el norte, la salmonicultura en el sur y la agroindustria y el sector forestal en el centro, además de las actividades financieras y de servicios modernas, y sus sedes empresariales en la capital.

Es una especie de archipiélago de sectores sociales vinculados a grandes empresas que generan cerca del 80% del valor de la producción y crecen rápidamente, pero ocupan apenas alrededor del 20% de la mano de obra. Así, no obstante eficaces políticas redistributivas, que han reducido notablemente la pobreza, van quedando rezagados sectores sociales significativos que no logran insertarse en los segmentos productivos dinámicos señalados, o son incluso desplazados por éstos en el proceso competitivo de creación y destrucción de actividades y empleos. Esto es lo que explica la aparente contradicción de alto crecimiento y reducción de la pobreza con desigualdad, marginación, precarización y exclusión.

Ello tiene efectos socioculturales contradictorios porque estos sectores desplazados y marginados, sobre todo en el caso de la juventud, sufren el bombardeo mediático y crediticio del consumismo, que los incita a asimilarse a la globalización, en circunstancias de una frustrante realidad material de bajos ingresos, pobreza relativa y exclusión.

No basta con crecer más, aunque es fundamental seguir creciendo. No basta con mayor protección social; ésta es necesaria y debe perfeccionarse y ampliarse en el corto y mediano plazo, pero tiene los límites ya indicados. Lo que se requiere, además, es una estrategia de desarrollo de largo plazo destinada a ir nivelando la estructura productiva y social, que genere un tejido de interrelaciones que enlace a los sectores medianos, pequeños y de microempresas entre sí y con las grandes empresas, elevando su nivel de productividad e integrándolos al desarrollo productivo y sociocultural. Y lo mismo en relación con los estratos sociales postergados.

Además, para que no se vuelva a repetir la desastrosa experiencia del auge y colapso del salitre, es imprescindible una mucho mayor diversificación y sofisticación exportadora. Chile tiene actualmente, gracias al auge temporal del cobre, una oportunidad histórica. Pero si no se emprenden ahora estas tareas fundamentales de largo plazo, difícilmente llegará alguna vez a ser un país desarrollado.

Osvaldo Sunkel, Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales. Publicado el lunes 3 de septiembre en el diario El Mercurio.

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